Los festejos por el Aniversario CXV del levantamiento popular ocurrido el 24 de febrero de 1895 en Cuba contra el colonialismo español —en justicia identificado como la Revolución de José Martí, continuidad por excelencia de la Guerra Grande que inició Carlos M. de Céspedes, el Padre de la Patria, el 10 de octubre de 1868—, devienen oportunidad para la reflexión.
A grandes rasgos, debe meditarse en cómo el pueblo cubano luchó como pocos por deshacerse de las garras de la dominación foránea durante diez largos años, al margen del regionalismo y el caudillismo que, entre otros factores, castraron la victoria revolucionaria. Al respecto, es indudable que tras las caídas en combates de Ignacio Agramonte (11 de mayo de 1873) y del propio Céspedes (27 de febrero de 1874), la gesta independentista no parió otro verdadero liderazgo. Entonces, todavía Antonio Maceo no era quien fue con posterioridad, y al Generalísimo Máximo Gómez le acompañaba la aprensión de no haber nacido en Cuba.
Pero ante la claudicación que representó el Pacto del Zanjón (10 de febrero de 1878), se alzó el gesto dignificado que protagonizó el Titán de Bronce, el General Maceo (15 de marzo de 1878) conocido como la Protesta de Baraguá, antesala de la obra martiana.
Tal fue el contexto en el que, al discurrir sobre el porqué los mambises dejaron caer la espada frente a la metrópoli española, Martí pudo percatarse de que hacía falta un ente que garantizara la unidad revolucionaria de los patriotas independentistas cubanos. En consecuencia, hacia 1882 el Maestro ya estaba luchando por crear un partido que ante todo aglutinara a la generación fogueada en el enfrentamiento al colonialismo español y a la que ansiaba contribuir a la completa emancipación de nuestra Patria.
Con este presupuesto, luego de vencer una etapa de “tristísimo silencio” y sortear varios obstáculos, nuestro Héroe Nacional edificó el Partido Revolucionario Cubano, proclamado el 10 de abril de 1892, precisamente el día del 24 cumpleaños de la Asamblea de Guáimaro (cuna de la República de Cuba).
A propósito, vale decir que el Partido creado por nuestro Apóstol constituye la primera organización de su tipo que fue concebida para conducir una Revolución —según lo registrado en la Historia política de la humanidad—, amén de un valor agregado, dicho con el verbo del propio Martí: “nació uno” [no dos, ni tres partidos] “de todas partes a la vez” por cuanto “el Partido Revolucionario Cubano es el pueblo cubano”. He aquí la raíz del Partido Comunista de Cuba, cuya naturaleza hoy día responde a los más caros anhelos de cubanas y cubanos.
Son muchas las razones históricas, pues, que nos permiten sostener que, de cara al Partido Revolucionario Cubano, estamos en presencia de lo que quizás sea la obra política cumbre del Héroe de Dos Ríos (cae allí Martí el 19 de mayo de 1895), si tenemos en cuenta que ese Partido se construyó en el exterior y en el seno de la Patria para la unidad de “los pinos viejos [encabezados por Maceo y Gómez] y los pinos nuevos” [liderados por el propio Martí] en aras de la “guerra necesaria” para el bien de Cuba, de Latinoamérica y “los pobres de la Tierra”, y en contra del “Norte revuelto y brutal”.
Solo la grosera intervención yanqui (1898) pudo impedir por el momento materializar los sueños libertarios. Mas no existía fuerza capas de opacar el legado martiano.
La obra de las ulteriores generaciones lo evidenció fehacientemente: ahí está la Revolución del 30, experiencia enriquecida por la Generación del Centenario del natalicio del Apóstol de la Independencia de Cuba; ahí está la obra de emancipación construida tras el histórico Primero de Enero de 1959; ahí está cuanto hacemos actualmente por Cuba y el mundo, al amparo de la prédica del Cubano Mayor, precisamente cuando edificamos el culto a la dignidad plena de la persona y concretamos el apotegma de que Patria es humanidad. He aquí un fruto de la Revolución de José Martí.
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