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El fantasma de Octubre
28 de octubre de 2009)Cuando la oleada antisocialista europea echó por tierra el Muro de Berlín, los enemigos del socialismo certificaron su muerte y le organizaron prestos el funeral.Marx, Engels y Lenin fueron bajados de muchos pedestales y expulsados de academias y bibliotecas, mientras un imberbe Fukuyama —el de El fin de la Historia— era ascendido a figura de culto.La Unión Soviética desaparecía.
Del campo socialista que un día fue, solo quedaba el estupor por su pérdida sin la menor resistencia. Podía comprenderse así el requiescat in pace (descanse en paz) para el socialismo, supuestamente sepultado para siempre bajo una pesada lápida roja, con hoz y martillo esculpidos a relieve.Pero, hete aquí que el socialismo no murió entonces —lo que no ocurrió nunca para los cubanos—, y Marx, pese a sus modernos críticos y detractores, resurgió de las cenizas de sus libros y del polvo de sus monumentos, para ponerse otra vez a la cabeza del pensamiento universal más avanzado en este “nuevo” y caótico mundo unipolar, erigido en un santiamén sobre los escombros del Muro berlinés.
La idea de un paraíso terrenal como premio para los países de Europa del Este no se cumplió y dudosamente alguna vez se cumplirá. Sobran pruebas de que restaurar el capitalismo ha sido, como terapia, la peor en aquellos países.
El plazo desde que desapareció la URSS hasta que entró en bancarrota el neoliberalismo promovido por el gran capital y se desató una crisis económica mundial de la envergadura de la actual, es muy corto, medido en tiempo histórico. Naciones que no renunciaron al socialismo como China y Vietnam, lejos de retroceder o estancarse, han avanzado arrolladoramente, mientras la idea de un socialismo del siglo XXI se configura nada menos que en América, donde países como Venezuela, Bolivia y Ecuador experimentan, cada uno con sus condiciones y características, procesos de cambios populares.
Cuba, hostigada siempre por la primera potencia imperialista mundial y hasta hoy mismo bloqueada, no solo sobrevivió al fin de la Unión Soviética; no solo resistió, sino mantuvo y acrecentó sus conquistas fundamentales, en las más adversas y difíciles circunstancias; defendió a capa y espada su sistema socialista y contribuyó, con su ejemplo heroico y actitud internacionalista, a la lucha por un mundo más justo, de verdadera libertad para el género humano.
En ese plan sigue y seguirá.El socialismo, con menos de un siglo de práctica histórica desde el triunfo de la Gran Revolución de Octubre encabezada por Lenin en 1917, es una experiencia joven en sí mismo y, sobre todo, comparado con el viejo capitalismo, que por muchos ropajes nuevos que utilice no logra esconder su condición de régimen económico y social desigual, irracional e injusto, deshumanizado en su esencia, condenado por tanto al fracaso y desechable como alternativa de solución para los graves problemas contemporáneos, que su propia existencia ha hecho surgir.
Decirlo así, simplificando una tesis de tesis, no significa que sea rápido ni fácil el tránsito, ni que la Humanidad toda, o en su mayoría, se verá mañana en ese mundo mejor posible del que tanto se habla y por el que hoy cada vez son más los que luchan.
Cualquiera puede deducir eso, como también que esa lucha está forzada a ser creciente, en tanto será la única forma de evitar que se cumplan los destinos apocalípticos que las inteligencias más preclaras auguran al planeta si continúa siendo rehén de ese sistema absurdo que, como dijo Marx, nació chorreando sangre y lodo por todos sus poros.
Los enemigos del socialismo intentarán una y otra vez enterrarlo en vida, agitarán como argumento de descrédito la experiencia fracasada de la Unión Soviética y de Europa del Este; tratarán de aniquilarlo en Cuba y de evitarlo en el resto de América; le opondrán todas sus armas, dondequiera, pero, mal que les pese, es el futuro.
El fantasma de Octubre, de aquella primera revolución triunfante de obreros y campesinos, recorre el mundo. La Historia que inició, aún no termina, apenas comienza.
fuente de texto- revista bohemia
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