sábado, 26 de diciembre de 2009

¡Feliz vanidad!

Desde la humilde tradición familiar del nacimiento, hasta la más sublime faceta artística, todos escogemos los pasajes evangélicos de Mateo y Lucas para ilustrar el espíritu navideño, cuando a mi entender, el texto que mejor describe el ánimo con el que la época presente evoca sus episodios, es Eclesiastés, donde Qohelet pronuncia su sentencia Todo es Vanidad. Parecerá paradójico que un texto que trata de la Vanidad, tenga algo que enseñarnos al respecto. Sin embargo, pronto apreciaremos que Navidad y Vanidad guardan entre sí una relación mayor que el mero juego de letras que propicia el castellano. A día de hoy, querámoslo o no, la Navidad es vanidad por cuanto hace alusión a lo vano, a lo hueco, a lo vacío y a lo carente de realidad, identidad o sentido de una pretendida fiesta que detrás de tanto fasto, lujo, y derroche, de tanta luz, color y decoración, de tanto bullicio, ajetreo y alboroto, de tantos abrazos, regalos y felicitaciones... está desprovista del genuino significado que la viera nacer. Y por cuanto, también, hace referencia en la esfera individual a la deformación de la personalidad que padecemos cuando exageramos nuestra autocomplacencia narcisista, orgullosa, y egoísta, en el plano moral en el que nos movemos, que difícilmente podemos doblegar en pos de obtener la artificial atmósfera navideña de paz, amor, solidaridad, concordia, y armonía general evanescente. Ante tan crítica situación, a la débil conciencia, sólo le resta inmolarse en el inútil intento de torcer el rumbo de los hechos, o bien aceptar la realidad tal cual es. La mayoría optamos por ésta segunda alternativa.

Y es aquí donde Qohelet nos expone con toda crudeza la vanidad del mundo, lo inútil de todo esfuerzo por acumular riqueza, lo efímero de cuanto consideramos importante, lo falso y engañoso de toda ostentación de poder, lo aparente e ilusorio de todo pretendido conocimiento, lo estéril de todo proyecto emprendido... En definitiva, el sinsentido y absurdo de la vida humana, vanidad entre vanidades. Pero Qohelete, que se pronuncia desde su desdicha al comprobar que todo cuanto le rodea es vanidad, no nos hace partícipes para que nos entreguemos sin más, al alegre Carpe diem antiguo de Horacio, o al deprimente Nihilismo contemporáneo de Nietzsche, sino para que tomemos conciencia del hecho, y sepamos sacar el único provecho que a su juicio es posible obtener para todo hombre en su corta existencia, a saber: comer y beber en compañía. Enseñanza ésta, que curiosamente para nuestra sorpresa, coincide plenamente con lo que hace la mayoría de la gente durante la Navidad.

Por consiguiente, si al individuo no le está permitido celebrar la fiesta en soledad, por muy genuino y sincero que sea su íntimo sentimiento, y por contra, la sociedad en la que vivimos parece haber renunciado irremediablemente a tan noble propósito... sólo nos queda disfrutar su Vanidad, comiendo, bebiendo y deseándonos unos a otros ¡Feliz Vanidad!

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