domingo, 15 de noviembre de 2009

Las causas de la intervención soviética en España [1936 - 1939]


Juzgar aisladamente la política del Partido Comunista de España, considerándolo como una organización española más, cual uno de tantos partidos, sería no sólo erróneo, sino asimismo inútil. Inútil, porque entonces no se comprendería nada; erróneo, ya que contribuiría a mantener un equívoco. Al cabo de cuentas, cuanto han dicho, escrito o hecho los dirigentes comunistas españoles de todos los tiempos, no ha sido más que un eco directo de cuanto han hecho, escrito o dicho -mejor aún : ordenado- los dirigentes de turno en el Kremlin.

No cabe duda de que los vaivenes, los zigzags, los « virajes » como suelen decir en su jerga propia, que el Partido Comunista de España ha conocido a lo largo de su medio siglo de existencia, no tendrían el menor sentido si no fuesen el resultado directo de la política dictada desde Moscú. ¿Cómo explicarse, por ejemplo, que ese partido se pronunciara alborotadamente contra la República en 1931 y no menos ruidosamente en favor de la República en 1936, yendo así a contrapelo no sólo del más elemental análisis político, sino también de la simple lógica? Pura y simplemente, en una y otra ocasión no hizo otra cosa que aplicar con la máxima sumisión las consignas que le dictaba la Internacional Comunista, la cual estaba a su vez sometida a las necesidades de la política exterior soviética.

Por tanto, para comprender la acción del Partido Comunista de España en ese momento crucial que es julio de 1936, es indispensable ocuparse previamente de la política desarrollada durante aquellos años por la Unión Soviética y de la situación europea imperante entonces.Recordemos inicialmente que la política seguida por la Internacional Comunista hasta 1934 -sobre todo a partir de 1927-, estuvo determinada por el falso análisis establecido por los dirigentes soviéticos, los cuales consideraron que el capitalismo había entrado en una crisis definitiva, que ineluctablemente acarrearía su derrumbamiento inmediato. Fue el llamado « tercer periodo », el de la lucha intransigente de « clase contra clase », según la terminología comunista.

Los comunistas, ante esta perspectiva en la que creían ciegamente, concentraron sus ataques contra las otras organizaciones obreras, pues se trataba para ellos de ser los únicos que heredasen la sucesión del capitalismo. Así surgió en Moscú la noción del « socialfascismo » que se lanzó a los cuatro vientos, completada en España con la del « anarco-fascismo ».

El estalinismo se consideró motu proprio como el representante exclusivo de la clase trabajadora, el único intérprete de sus intereses. Llegó a más : a proclamarse el depositario de la verdad absoluta, convirtiendo así su organización en una Iglesia y su programa en un dogma, al mismo tiempo que los discrepantes se convertían en herejes y los militantes en fieles seguidores sujetos a la jerarquía superior y sometidos a permanente inquisición.

Esta táctica impuesta por Stalin a la Internacional Comunista, no obstante la grave crisis económica y financiera que sacudió al mundo durante los años 1929-1930, indispuso a los comunistas con el resto del movimiento obrero y les acarreó no pocos fracasos.Su congénito dogmatismo les impidió ver a tiempo dos hechos capitales : que el capitalismo superaba sus contradicciones internas y alejaba así el día de su derrumbamiento, y, sobre todo, que en el corazón de Europa, en Alemania, el hitlerismo se iba imponiendo amenazador, lo cual supondría a corto plazo un cambio radical en la situación política europea.

Todavía dos meses después de la subida al poder de Hitler, la Internacional Comunista afirmaba en un documento fechado el 1 de abril de 1933 que « la instauración de la dictadura fascista disipa todas las ilusiones democráticas de las masas, las libera de la influencia de la socialdemocracia y acelera la marcha de Alemania hacia la revolución proletaria ». Esta resolución fue publicada en Francia en un folleto prefaciado por Jacques Duclos, en el que éste escribía : « He aquí comprobadas por los acontecimientos las acusaciones de socialfascismo que hemos lanzado contra la socialdemocracia, cuya evolución ha sido definida por Stalin con una claridad que no dejará de impresionar... » La misma actitud adoptaron -¡naturalmente!- los dirigentes del Partido Comunista de España y uno de ellos, Vicente Arroyo, afirmaba en La Correspondencia Internacional (25 de agosto de 1933) : « Nuestra tarea esencial en estos momentos es desenmascarar implacablemente la nueva posición de traición de los jefes socialfascistas españoles. » Los trascendentales acontecimientos que había cambiado la faz de Alemania y estaban a punto de modificar el panorama político de Europa, no habían enseñado nada a Stalin y a sus acólitos.

Casi dos años tardó el llamado « guía genial e infalible » -la deificación de Stalin, como todos recordarán, alcanzó límites ridículos por parte de sus múltiples turiferarios- en comprender que la situación internacional se había transformado fundamentalmente.

Las esperanzas que había depositado en un derrumbamiento del capitalismo se desvanecieron, puesto que a la depresión que motivó la crisis norteamericana siguió una cierta estabilización, salvo en Alemania. Pero en Alemania, con sus millones de obreros en paro forzoso, no triunfó la revolución, sino el fascismo hitleriano. (Verdad es que durante el primer año de la ascensión de Hitler al poder, es decir, a lo largo de 1933, Stalin se esforzó en establecer relaciones amistosas con el nuevo régimen alemán : en el mes de mayo se ratificó el protocolo de prórroga del pacto germano-soviético de 1926, que a su vez era una prolongación del célebre acuerdo de Rapallo; Molotov, entonces presidente del gobierno soviético, insistió más de una vez en que la Unión Soviética no tenía motivo alguno para modificar su política amistosa respecto a Alemania; por último, Izvestia escribió el 4 de marzo que la URSS era el único país que « no abrigaba sentimientos hostiles hacia Alemania, cualesquiera que fuesen la forma y la composición del gobierno ».) Ahora bien, esa estabilización económica acarreó un neto desplazamiento hacia la derecha de los regímenes políticos en bastantes países : el militarismo nacionalista se impuso en el Japón, el clericalismo en Austria, las dictaduras reaccionarias en casi toda la Europa oriental, un gobierno conservador en Gran Bretaña, el llamado « bienio negro » en España, un gabinete derechista en Francia, etc. Asustado sin duda por esta situación, Stalin dictó súbitamente a la Internacional Comunista un cambio total de política : 1935 fue el año decisivo de ese cambio, con el acercamiento de la Unión Soviética a los países occidentales y el llamamiento de los comunistas en favor de los Frentes Populares, ambas acciones complementarias. A partir de entonces, para la URSS el enemigo inmediato es Hitler, por lo que no duda en firmar un pacto militar de asistencia mutua con el reaccionario francés Fierre Laval y en buscar un acuerdo similar con el conservador inglés Anthony Eden.

El viraje es total. En el comunicado que oficializa el pacto francosoviético, firmado en mayo de 1935, se señala que Stalin « comprende y aprueba plenamente la política de defensa nacional llevada a cabo por Francia para mantener sus fuerzas armadas al nivel de su seguridad ».

Los diputados comunistas, por vez primera, votan en el parlamento francés los créditos militares. Y en el VII Congreso de la Internacional Comunista, celebrado en agosto del mismo año, que oficializa la nueva línea política, Thorez, secretario general del Partido Comunista francés, dice en su discurso : « No queremos dejar al fascismo la bandera de la gran Revolución, ni tampoco la Marsellesa de los soldados de la Convención » (La Correspondencia Internacional, 18 de noviembre de 1935). Desaparece entonces todo lenguaje revolucionario : « Nosotros -proclama Dimitrov- hemos eliminado sistemáticamente de los informes y resoluciones del Congreso las frases sonoras sobre las perspectivas revolucionarias. » En efecto, ya no se trataba de revolución, sino de colaboración.

El fin propuesto, al cual se supeditaba todo, era reunir en una amplia unión sagrada, bajo la bandera del antifascismo, no sólo a comunistas y socialistas, sino asimismo a la fracción democrática y liberal de la burguesía. Para facilitar esta tarea, los comunistas recurrieron a las tradiciones nacionales y hasta nacionalistas, tendieron la mano a los católicos, adoptaron un vocabulario propio de simples demócratas y atacaron con su habitual virulencia a los grupos revolucionarios que no se prestaron a su juego. Aparece entonces en el horizonte político el « compañero de ruta », es decir, el que sin ser militante comunista sostiene incondicionalmente la política del partido; suele ser, por lo general, profesor o escritor y pertenece por sus orígenes y su situación social a la burguesía. A cambio de su colaboración, los comunistas lo colman de elogios y de beneficios, olvidando deliberadamente su clase social, su ignorancia política y su natural indiferencia respecto a la situación de la clase trabajadora.

Mas al mismo tiempo que la Internacional Comunista, fiel y sumisa a las órdenes de Stalin, cambia radicalmente su política orientándose hacia los Frentes Populares y ofrece así su colaboración a los « socialfascistas » y a los « enemigos de clase » de ayer en nombre del antifascismo, entran por vez primera en la dirección de la misma los máximos responsables de los servicios policíacos soviéticos.

En el Comité Ejecutivo figura ahora Yegov -el hombre siniestro que dio su nombre a la yegovscina, la forma más cruel y esquizofrénica de la represión contra los antiguos bolcheviques, extendida luego a miles y hasta millones de soviéticos-, mientras que en el secretariado, también por primera vez, entra Moskvkin, el hombre fuerte de la terrible NKVD.

Stalin trataba sin duda de controlar con la mayor eficacia, es decir mediante el terror, a los dirigentes comunistas encargados de aplicar la nueva política « frentepopulista »; posiblemente se proponía impedir que estos últimos tomaran demasiado en serio su colaboración con los socialistas y los demócratas burgueses, escapando por tanto a la disciplina de Moscú.

En última instancia, el antifascismo no era para Stalin un fin en sí, sino un medio que le permitiese hallar circunstancialmente nuevos aliados que complementaran en la acción política cotidiana la alianza de la Unión Soviética con las democracias occidentales. En consecuencia, los comunistas establecían una línea de demarcación que no correspondía a un criterio de clase o ideológico. Ser catalogado como « amigo » o « enemigo » dependía exclusivamente de que aceptasen o no la política frentepopulista de Moscú.

La situación política europea hacía entonces bastante difícil la diplomacia soviética, basada sobre todo en la alianza con Francia y en un posible acuerdo con Gran Bretaña. El ingreso de la URSS en la Sociedad de Naciones, en septiembre de 1934, llevada a cabo con la pretensión de utilizar este organismo internacional como barrera opuesta a la expansión alemana y hacer sentir al mismo tiempo su influencia en las cancillerías de la Europa occidental, no dio el menor resultado. En efecto, la conquista de Manchuria por el Japón, el fracaso de la Conferencia del Desarme, la invasión de Abisinia por las tropas italianas y la reocupación de Renania por Alemania, quebrantaron hasta tal extremo la Sociedad de Naciones que ésta dejó prácticamente de existir. Ante esta situación, Stalin juzgó necesario oponerse al peligro hitleriano con dos acciones complementarias, pero que según las circunstancias podían resultar antagónicas : reforzar su colaboración con Francia y a ser posible con Gran Bretaña en el terreno diplomático; intensificar, en el terreno político, el movimiento antifascista sirviéndose de los Frentes Populares.

Si bien estos dos actos se complementaban en la estrategia estalinista, también podían oponerse entre sí en caso de que el Frente Popular alcanzara el poder en algún país. Fue lo que ocurrió en España y en Francia, en febrero y junio de 1936, respectivamente, con el consiguiente retraimiento de Gran Bretaña, ya que sin la menor duda a los conservadores ingleses les asustaba más el frentepopulismo triunfante que el propio fascismo, al que creían poder apaciguar mediante continuas concesiones. Es indudable, pues, que a Stalin le preocupaba la posibilidad de que este difícil equilibrio se alterara demasiado en detrimento de las clases dirigentes de los países occidentales.

Por eso, cuando el equilibrio se rompe en España y en Francia merced al triunfo del Frente Popular, la Unión Soviética se esfuerza en frenar el ímpetu revolucionario de las masas trabajadoras, contando para ello con los dirigentes de los respectivos partidos comunistas. Ya en el VII Congreso de la Internacional Comunista, el del espectacular cambio de política, Togliatti, uno de sus principales jefes, se cuidó de recordar : « Nosotros no defendemos a la Unión Soviética sólo en general, sino que defendemos en concreto toda su política y cada uno de sus actos. » En Francia, el 11 de junio, Thorez se enfrenta con el movimiento huelguístico, afirmando : « Si es importante conducir bien un movimiento reivindicatorio, también hay que saber terminarlo. Ahora no es cuestión de tomar el poder. » Otro dirigente francés añade : « Nosotros estimamos imposible una política que, frente a la amenaza hitleriana, podría poner en peligro la seguridad de Francia. » A decir verdad, no se trataba de la seguridad de Francia, sino de la seguridad de la Unión Soviética.

En el mismo sentido se pronunciaron los dirigentes comunistas españoles. José Díaz, su secretario general, en un discurso proferido el 11 de abril de 1936, proclamaba que España « debe orientarse hacia la política de paz de la URSS » y pedía que el gobierno se adhiriese al pacto militar francosoviético.

Una semana después, en otra de sus peroratas dijo : « Debemos luchar contra toda clase de manifestaciones de impaciencia exagerada y contra todo intento de romper el Frente Popular prematuramente. El Frente Popular debe continuar.

Tenemos todavía mucho camino que recorrer juntos con los republicanos de izquierda. » Como puede comprobarse, los dirigentes comunistas recitaban en sus respectivos países una lección bien aprendida en Moscú. [...]


Para leerlo entero www.ruedoiberico.org/libros/textos.php?id=99*Texto extraído del libro "El Proceso contra el POUM" editado por Ruedo Ibérico
http://www.ruedoiberico.org/libros/textos.php?id=100

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