CUERNAVACA, Mor., 23 de enero (Proceso).- La manipulación y el ocultamiento de información sobre la muerte de dos civiles durante los operativos del 11 y el 16 de diciembre contra Arturo Beltrán Leyva, llevaron a los familiares de las víctimas a presentar sus quejas ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos debido a los excesos cometidos por los marinos. El ombudsman Fausto Gutiérrez Aragón critica los abusos y lanza la pregunta: ¿acaso por ser militares tienen licencia para matar?
Los cuerpos de Patricia Terroba Garza e Ignacio Aguilar Rodríguez quedaron destrozados por los impactos recibidos. A ella la alcanzaron 180 disparos. Él prácticamente se desintegró por las decenas de balas que penetraron en su cuerpo.
Los dos cayeron durante los operativos de los marinos contra el capo Arturo Beltrán Leyva del 11 y del 16 de diciembre en los fraccionamientos de Ahuatepec y en el complejo Altitude de esta ciudad, respectivamente. Sus familias nunca sabrán cómo murieron, pues los certificados de defunción son muy generales y no precisan las causas de sus muertes.
Al igual que otros civiles detenidos, Terroba y Aguilar fueron víctimas de la manipulación y ocultamiento de información y también del abuso de las autoridades federales y estatales. La Comisión Estatal de Derechos Humanos (CEDH) y la Comisión Independiente (CIDH) documentaron sus casos.
El ombudsman estatal, Fausto Gutiérrez Aragón, levantó varias denuncias en contra de la Marina por el allanamiento de morada y robo en el complejo Altitude el 16 de diciembre, y tres más por detenciones arbitrarias. El organismo independiente consignó la desaparición de dos veladores del fraccionamiento Los Limoneros, en Ahuatepec, y la violación a los derechos de las dos masajistas que brindaban servicio al Jefe de Jefes.
Las historias son muchas. Cada afectado narra la propia. Cuenta Gabriel Pintado, viudo de Patricia Terroba:
“Estábamos en nuestra casa. Eran las dos de la madrugada (del 11 de diciembre) cuando mi esposa recibió una llamada de su hermana para comentarle que su mamá estaba muy enferma. Le dije que la acompañaba y me respondió que no, porque en la mañana yo tenía que llevar a nuestra hija Gabriela a la escuela. Poco después escuché disparos. Duraron como 15 minutos; primero se oyeron ráfagas, luego balazos aislados. Parecía que venían del pueblo de Ahuatepec, donde normalmente avientan cohetes y disparos al aire. Me confundí”.
Extracto del reportaje que se publica en la edición 1734 de la revista Proceso que está en circulación.
fuente- proceso
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