No ha sido fácil, en medio del impacto emocional que significó haber participado en la exhumación de los restos del Libertador Simón Bolívar el pasado 15 de julio, encontrar las palabras apropiadas para elaborar este texto. Salvando las distancias, me siento como Pericles en el momento de las exequias de los soldados atenienses muertos en el primer año de la guerra contra Esparta, y por ello parafraseo su sentir de que “sería suficiente que quienes con obras probaron su valor, también con obras recibieran su homenaje y no aventurar en una sola persona, que tanto puede ser una buena oradora como no serlo, la fe en los méritos de muchos”. Pido entonces de antemano perdón si no logro recoger en mis palabras la profundidad de la emoción que embarga hoy al pueblo venezolano y a los pueblos de nuestra América y del mundo, por esta resurrección infinita del Padre Libertador que desde el 15 de julio anda multiplicándose por todos los caminos y montañas, valles, sabanas, ríos y cielos de nuestra Patria Grande.
Si un día el Libertador pidió que se dijera a los cuatro vientos que el ciudadano Bolívar venía a pagar sus respetos a la soberanía del pueblo, hoy es el pueblo soberano quien le dice al mundo que ha venido a pagar sus respetos al insigne ciudadano Bolívar, rindiéndole ese homenaje que el Padre Libertador buscaba incesantemente cual savia vivificante: el que salía del corazón del pueblo y no el de los halagos y ceremonias vacías con los que intentaban comprometerlo y domesticarlo los poderosos y traidores de entonces y de siempre.
Hoy, Bolívar ha vuelto a respirar el aire que formó su vida al quedar liberado del frío y oscuro plomo que lo aprisionaba, para nacer de nuevo a la luz de la Caracas por la que deliraba. Sus cuencas que aún destellan con la visión del Chimborazo, hacen refulgir el cristal en que ahora descansa. No ha sido obra de la casualidad, ni de oscuras intenciones que sólo responden y semejan el alma de quienes las verbalizan. Ha sido la consecuencia de un pueblo en revolución que ha dado tanta vida a su memoria y está tan empeñado en consagrarse todo por entero, junto a su gobierno y su líder, el Comandante Presidente Hugo Chávez, a aliviar los dolores de una patria que ha gemido tanto tiempo bajo los aviesos y avaros designios de oligarquías apátridas y explotadoras; de esas que también muchas veces recurrieron al plomo para callar los reclamos de justicia de este pueblo preterido; que no podía permitir que los restos del Libertador no fueran igualmente liberados.
No obstante y de manera lamentable, esta liberación intenta hoy ser empañada y descalificada por un pequeño grupo de venezolanos y venezolanas que los medios de manipulación masiva han, ellos sí, exhumado de las catacumbas de la cuarta república; y que, contrario a lo que buscaban con sus insólitas declaraciones, cada una más oscurantista que la otra, no han hecho otra cosa que terminar de desnudarse ellos mismos en sus propias miserias y en su verdadera naturaleza de vendepatrias.
Y es que hay que sentir la patria y la libertad para sentir a Bolívar. Durante los casi 180 años transcurridos desde aquel 17 de diciembre en Santa Marta, no han sido pocos los venezolanos y venezolanas que han dado su vida por los mismos ideales del Libertador, no han sido pocos los que lo han cantado, no han sido pocos los que inspirados en su ejemplo intentaron reconstituir su ejército liberador o llevar a la práctica su proyecto de unidad americana; sin embargo, en todos esos años siempre pudo más el poder de quienes, por el contrario, buscaron a toda costa impedir que Bolívar siguiera vivo y se reencontrara con su pueblo para completar no sólo el proyecto emancipador de América, sino fundamentalmente la transformación igualitaria de la sociedad. Por eso Páez y la élite que lo rodeaba, se resistieron tanto a repatriar sus restos, desoyendo y despreciando los reiterados ruegos de su hermana María Antonia, del General Urdaneta y hasta del propio José María Vargas de que se cumpliera la última voluntad del Libertador: que sus restos mortales fueran depositados en la ciudad de Caracas, su país natal; y aunque finalmente terminaron organizándole en 1842 un pomposo funeral y decretando los honores que tenían que haberle hecho 12 años atrás, cuando el resto del mundo lo lloraba, salvo la afortunada disposición de encargarle al Dr. Vargas que acomodara y preservara sus restos, esa élite trabajó siempre para asegurarse de que sus ideas y enseñanzas quedaran también encerradas, junto a sus huesos, en la urna de plomo.
Por esas mismas y oscuras razones, durante los 168 años transcurridos desde que los restos del Libertador volvieron a la patria, su nombre sólo adornó los discursos del poder pero no habitó la acción; por eso multiplicaron los bronces que lo representaban pero no las ideas que lo movieron a darle libertad a los esclavos, justicia al oprimido e igualdad a los ciudadanos; por eso iban al Panteón cada tanto para asegurarse, como lo denunciaba el cantor del pueblo Alí Primera, de que estuviera bien muerto; por eso no se atrevieron, ni siquiera cuando el Dr. Pepe Izquierdo puso en seria duda la autenticidad de lo que reposaba en el Panteón, a abrir la caja de plomo a pesar de que el propio presidente de la Asamblea Nacional Constituyente, el poeta de todos los tiempos Andrés Eloy Blanco, urgía a que se tomaran medidas que glorificaran al Libertador colocando sus restos en urna más digna. Y no se atrevieron entonces ni se atrevieron luego porque tuvieron miedo de enfrentar sus huesos, porque tuvieron miedo de enfrentarse con su propia traición, porque temieron como lo temen hoy que el pueblo lo sintiera de nuevo cabalgando al frente, dirigiendo la batalla por una sociedad justa, libre, próspera y de iguales, que es para Bolívar la máxima suma de felicidad posible.
Sin duda hubiesen preferido que el tiempo y el olvido volvieran polvo todo rastro físico de Bolívar y que el sarcófago de latón en el que Gómez lo encerró, haciendo desaparecer aquel ornado de oro y piedras preciosas en el que Guzmán Blanco había resguardado el ataúd de plomo que lo contenía, siguiera siendo el símbolo vacío que ellos pugnaban por imponer en la conciencia colectiva.
Lo que no previeron es que, parafraseando de nuevo a Pericles, la tumba de los grandes hombres es la tierra entera y que de ellos no nos habla sólo una inscripción sobre sus lápidas sepulcrales o en un monumento, sino el recuerdo que queda grabado en el espíritu de cada hombre, de cada mujer que siente el dolor de la patria. Por ello, aunque esas oligarquías intentaron secuestrar su memoria y procuraron que la noria del tiempo hiciera polvo sus huesos y su ejemplo, no pudieron sin embargo impedir que Bolívar despertara en Zamora, se agitara en el Caracazo, se rebelara el 4 de febrero, se hiciera gobierno con el Comandante Chávez, encarnara en la Constitución del 99, se afirmara el 13 de abril y se desplegara de nuevo por América Latina con el Alba y Unasur. Y si Bolívar pudo hacer todo esto encerrado en su tumba de plomo, qué no puede hacer ahora en que ha sido liberado; ahora que el pueblo lo ha visto materializarse ante sus ojos; ahora que la certeza de sus restos ha conmovido el alma nacional de tal manera que aún nos estremece su visión y amenaza con convertirse en una fuerza todavía más arrolladora que la que ha movido a este pueblo en su lucha actual de liberación.
A eso le teme la oligarquía. Temen a Bolívar y temen a la revolución que lo encarna, y es ese temor el que tratan de ocultar tras sus burlas y sus escarnios, sin darse cuenta de que con ello sólo denigran de sí mismos y cosechan el desprecio de ésta y de las generaciones venideras.
Y no se trata de una mera especulación de nuestra parte. Lo confiesa uno de sus más estimados intérpretes, el director de la Academia Nacional de Historia, Elías Pino Iturrieta: “Esto es un avance peligrosísimo de la reescritura de la historia de Venezuela y América Latina que hace Chávez. El está mostrando al pueblo que es dueño de una de las piezas fundamentales de la memoria: lo que queda físicamente de Simón Bolívar". Sólo nos preguntamos, ¿peligrosísimo para quién? Evidentemente, no para el pueblo, sino para quienes habían secuestrado y puesto a su servicio esa memoria.
Fue la misma actitud que asumieron cuando el Estado venezolano decidió recuperar para el pueblo de esta nación y para todos los pueblos del mundo el Archivo del General Miranda y el Archivo del Libertador Simón Bolívar; núcleo fundamental de la memoria y de la acción de libertad de los pueblos de nuestra América. El decreto simplemente ordenaba que esa memoria que es de todos y de todas, y del mundo mismo como lo ha declarado la Unesco, reposara en el lugar que por ley y por naturaleza es la que debe guardar esa memoria colectiva: el Archivo General de la Nación. Y eso bastó para que los historiadores legitimantes o los legitimadores históricos al servicio de la clase dominante nos acusaran desde advenedizos hasta ignorantes e irresponsables manipuladores de una historia que para ellos, ya había quedado establecida de la única manera correcta y posible de ser escrita.
De la misma manera reaccionaron cuando hace tres meses fueron publicados unos documentos, que siempre estuvieron allí pero que en 200 años “nadie” vio, que muestran que el movimiento revolucionario del 19 de abril de 1810, no fue obra exclusiva de los mantuanos o élite civil criolla, como siempre lo sostuvo la Academia y sus seguidores, sino un movimiento en el que también tuvieron un decisivo rol protagónico los pardos y otros sectores excluidos, entre los cuales muchos eran militares; lo que sin duda muestra que fue un movimiento cívico-militar, aunque tal expresión les cause náuseas. Esto sin hablar del estremecimiento y repugnancia que les produjo la llegada de los restos simbólicos de Manuela Sáenz a Venezuela y su inclusión en el Panteón Nacional, al lado de su amante inmortal.
Sus destempladas reacciones, agudizadas ahora al extremo con la exhumación de los restos del Libertador hasta casi rayar en la locura, son la medida del pánico que los invade al comprobar que ya no pueden seguir manipulando el imaginario colectivo ni imponiendo como referentes nacionales los símbolos y valores que legitimaban sus intereses y privilegios; al comprobar que el pueblo los está despojando también de uno de sus más efectivos instrumentos de dominación de la sociedad: el relato historiográfico, y está, por el contrario, revirtiendo y reescribiendo con hechos históricos reales, su propia historia de libertad, soberanía y justicia por la que se viene luchando desde hace más de 500 años. Una historia en la que las mujeres, los indígenas, los afrodescendientes, los mestizos y otros sectores secularmente excluidos insurgen desde el olvido y el silencio para galopar junto a Bolívar no sólo en la lucha de hace 200 años contra el imperio español, sino también en ésta de hoy contra el imperio actual y por la definitiva emancipación de nuestra América. La conciencia de esta derrota los desquicia y los hace más peligrosos. Es su propia responsabilidad histórica si siguen optando por ese rol, aunque por ser también venezolanos deseamos que la razón vuelva algún día a habitarlos y se sumen a la construcción de la única manera de ser realmente libres: construyendo la patria soberana y socialista.
Por nuestra parte, hemos cumplido como lo hizo el Dr. José María Vargas en su momento, con el sagrado compromiso que todos los venezolanos y venezolanas tenemos contraído, por ley moral e histórica, con el Padre Bolívar y con las generaciones futuras, poniendo todo nuestro amor, todo nuestro respeto y los mayores avances de la ciencia actual en asegurar la preservación de sus restos y en colocarlos en una urna digna de su nombre y del pueblo al que pertenece y del que forma parte indisoluble.
También nos permitirá la ciencia despejar de manera definitiva cualquier duda sobre su identidad e indagar sobre las causas de su muerte, sobre la cual se han tejido igualmente múltiples versiones. Pero más allá de estos resultados, nada puede disminuir la trascendencia de este reencuentro físico del bravo pueblo venezolano con su Libertador, porque más allá de la lógica del tiempo, se funden ambos en la razón última de un proyecto de transformación emancipadora de la realidad, en la esencia de una lucha que se mantiene como horizonte utópico en la medida en que este proceso revolucionario es, al mismo tiempo, la reafirmación del compromiso ético y político de completar aquel movimiento de liberación iniciado por Miranda, por Bolívar y tantos otros hace por lo menos 200 años contra la dominación imperial, como también un movimiento de recuperación de la soberanía originaria arrebatada hace más de 500 años por la invasión de España, Portugal y de otros imperios europeos sobre esta parte del mundo.
Y qué prueba más hermosa de esta fusión que, cumpliendo con la normativa de cambiar cada cierto tiempo la bandera que cubre su féretro, se coloque ahora una bandera tricolor no comprada en el extranjero, sino tejida por las manos de las mujeres del bravo pueblo, y que esta bandera, con sus ocho estrellas, arrope con amor, cual útero protector, al Padre-Hijo que es Bolívar en el día de su natalicio. Y es que quienes con obras probaron su valor, también con obras han de recibir el homenaje de su pueblo, y esta bandera que está tejida de sueños, de reconocimiento, de respeto, de amor, pero sobre todo del compromiso de completar, como lo reclamó hasta su postrer aliento en Santa Marta, la magna obra de la independencia definitiva y de la necesaria unidad que habrá de garantizarla, es la obra con la que el pueblo y el gobierno bolivariano quieren sellar esa fusión indisoluble con el Bolívar resucitado que hoy, desde su morada dignificada, insufla de nuevos bríos el espíritu y la voluntad de lucha por la definitiva liberación de Nuestra América.
fuente- rebelion. org
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