Que el Movimiento
#YoSoy132 someta ante su Asamblea General Interuniversitaria los
acuerdos emanados de la Convención Nacional contra la Imposición que,
junto con el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra (FPDT), convocó a
celebrarse en San Salvador Atenco, debe, a mi parecer celebrarse. No
porque se crea que dichos acuerdos signifiquen la radicalización del
#YoSoy132 que tanto desean los medios de (des)información que cubren los
pasos del movimiento con el mismo vomitivo estilo con que el periodismo
rosa da cuenta de las alcobas de personajes del espectáculo; sino
porque con ello el #YoSoy132 refrenda su carácter democrático y levanta
la voz claro y fuerte para abrazar su autonomía en la mar de luchas que
sorora y fraternalmente se encontraron en Atenco.
Apenas se hicieron públicos los acuerdos de la Convención, el desprecio y la burla se dieron cita lo mismo en los chistes de las charlas de café adultocéntricas que, como dice Rossana Reguillo, saludan al movimiento tratando a l@s jóvenes como «bellas durmientes que esperaban el beso de fuego de la realidad sociopolítica del país» para salir de la apatía y la indolencia que supuestamente les caracteriza, que en los sesudos análisis de comentócratas (Luis Hernández Navarro dixit) donde se les acusa de «acarreados, ‹fresas›, cortos de miras, peones en un juego de ajedrez que no entienden» y, por ende, de ingenuos y manipulados, ora por la pseudo-izquierda partidista, ora por los revoltosos macheteros («sarcasmo», dijera Sheldon Cooper) de Atenco.
Aún así, el #YoSoy132 encaja a la perfección en lo que Roger Bartra mencionando a John Keane nombra la monitory democracy: «nuevos y poderosos mecanismos de escrutinio no parlamentario […] que permiten vigilar a los poderes establecidos e informar a la sociedad sobre su funcionamiento [dado que] la maquinaria tradicional de la democracia representativa no es capaz de impedir que criminales políticos ocupen el poder, ni puede promover una cultura de respeto por la sociedad civil, el estado de derecho y la confianza en el gobierno». Sin embargo, considero que para que lo sea a cabalidad es de suma importancia darle vuelta ya a la página del conflicto post-electoral, para entrarle de lleno a las luchas y discusiones que el país necesita de verdad.
Las elecciones en México, lo venimos diciendo por lo menos desde hace seis años, están viciadas de fondo. Enterada de ello, ya que participó en la conformación de sus reglas, la pseudo-izquierda partidista le entró al juego de Juan Electorero. Hoy, sabiendo que de principio eso era imposible, exige su limpieza. Ahora resulta que quienes nos trataron con burla y desprecio por decir, por un lado, que debía anularse el voto para no hacer el caldo de la farsa electoral más gordo y, por el otro, que habría de llevarse la participación ciudadana a las calles, las fábricas y el campo, en lugar de derrocharla en las urnas, son quienes quieren anular la elección entera llevando a la ciudadanía al desgaste y dejándola a merced de los aparatos represivos.
¿Por qué ese afán de invertir todo el capital intangible de los movimientos sociales y políticos en una pugna que además de no ser suya, sino de la clase política, terminará por desarticularlos entre sí y fragmentarlos en su vida interna? Peña Nieto, como dijera Lydia Cacho, no es nada. En cambio, nuestras luchas diarias, grandes o pequeñas, contra el modelo de producción y el sistema de partidos que Peña Nieto y la clase política en su conjunto representan, lo son todo. ¿Qué debemos hacer, pues: participar como movimientos, colectivos e individuos en una oposición que deshilvanará las redes sociales que nos articulan o resistir sin soltarnos en una movilización social permanente que ponga en jaque el retorno al viejo régimen autoritario?
La lucha contra la imposición, oración que quedaba seductoramente abierta en la convocatoria a la Convención porque llevaba a preguntarnos: ¿contra qué nos oponemos?, no puede ni debe seguir siendo contra el candidato priista Peña Nieto y, por consiguiente, a favor del candidato priista López Obrador. Debe ser, creo, contra el presidente priista Peña Nieto y su ideario y su praxis neoliberales, y, también, contra sus enemigos políticos, inoculados todos con el gen priista del crimen y la corrupción. Se trata de ser congruentes y que la declaratoria antipeñanietista que definió al #YoSoy132 desde su origen no se limite a la democratización de la democracia como la propone Keane y la sueña Bartra, sino que vaya hacia la lucha por la despriistización, la extirpación del gen priista, del quehacer social, político, económico y cultural en México.
La despriistización no está, ni de lejos, en los discursos, programas de lucha y proyectos de (des)gobierno de la clase política, sus partidos, sus sindicatos, sus medios de comunicación, sus socios en la clase empresarial y la jerarquía eclesiástica y las fuerzas armadas que la acompañan; está en las experiencias de rebeldía, resistencia y autonomía de los pueblos que no vemos ni escuchamos mientras estamos absortos en la lucha post-electoral. El futuro nos pisa la sombra, dice Lydia Cacho, «nuestras batallas siguen siendo las mismas: otros seis años para cambiar las reglas del futuro, para defender, bajo amenaza, a la prensa libre, para evitar los oprobios del poder, para cuidar nuestra integridad sin negociar nuestros principios, para proteger a nuestras familias de la violencia y la corrupción, para construir un país que deje de creer que las elecciones cambian nuestras vidas.»
Apenas se hicieron públicos los acuerdos de la Convención, el desprecio y la burla se dieron cita lo mismo en los chistes de las charlas de café adultocéntricas que, como dice Rossana Reguillo, saludan al movimiento tratando a l@s jóvenes como «bellas durmientes que esperaban el beso de fuego de la realidad sociopolítica del país» para salir de la apatía y la indolencia que supuestamente les caracteriza, que en los sesudos análisis de comentócratas (Luis Hernández Navarro dixit) donde se les acusa de «acarreados, ‹fresas›, cortos de miras, peones en un juego de ajedrez que no entienden» y, por ende, de ingenuos y manipulados, ora por la pseudo-izquierda partidista, ora por los revoltosos macheteros («sarcasmo», dijera Sheldon Cooper) de Atenco.
Aún así, el #YoSoy132 encaja a la perfección en lo que Roger Bartra mencionando a John Keane nombra la monitory democracy: «nuevos y poderosos mecanismos de escrutinio no parlamentario […] que permiten vigilar a los poderes establecidos e informar a la sociedad sobre su funcionamiento [dado que] la maquinaria tradicional de la democracia representativa no es capaz de impedir que criminales políticos ocupen el poder, ni puede promover una cultura de respeto por la sociedad civil, el estado de derecho y la confianza en el gobierno». Sin embargo, considero que para que lo sea a cabalidad es de suma importancia darle vuelta ya a la página del conflicto post-electoral, para entrarle de lleno a las luchas y discusiones que el país necesita de verdad.
Las elecciones en México, lo venimos diciendo por lo menos desde hace seis años, están viciadas de fondo. Enterada de ello, ya que participó en la conformación de sus reglas, la pseudo-izquierda partidista le entró al juego de Juan Electorero. Hoy, sabiendo que de principio eso era imposible, exige su limpieza. Ahora resulta que quienes nos trataron con burla y desprecio por decir, por un lado, que debía anularse el voto para no hacer el caldo de la farsa electoral más gordo y, por el otro, que habría de llevarse la participación ciudadana a las calles, las fábricas y el campo, en lugar de derrocharla en las urnas, son quienes quieren anular la elección entera llevando a la ciudadanía al desgaste y dejándola a merced de los aparatos represivos.
¿Por qué ese afán de invertir todo el capital intangible de los movimientos sociales y políticos en una pugna que además de no ser suya, sino de la clase política, terminará por desarticularlos entre sí y fragmentarlos en su vida interna? Peña Nieto, como dijera Lydia Cacho, no es nada. En cambio, nuestras luchas diarias, grandes o pequeñas, contra el modelo de producción y el sistema de partidos que Peña Nieto y la clase política en su conjunto representan, lo son todo. ¿Qué debemos hacer, pues: participar como movimientos, colectivos e individuos en una oposición que deshilvanará las redes sociales que nos articulan o resistir sin soltarnos en una movilización social permanente que ponga en jaque el retorno al viejo régimen autoritario?
La lucha contra la imposición, oración que quedaba seductoramente abierta en la convocatoria a la Convención porque llevaba a preguntarnos: ¿contra qué nos oponemos?, no puede ni debe seguir siendo contra el candidato priista Peña Nieto y, por consiguiente, a favor del candidato priista López Obrador. Debe ser, creo, contra el presidente priista Peña Nieto y su ideario y su praxis neoliberales, y, también, contra sus enemigos políticos, inoculados todos con el gen priista del crimen y la corrupción. Se trata de ser congruentes y que la declaratoria antipeñanietista que definió al #YoSoy132 desde su origen no se limite a la democratización de la democracia como la propone Keane y la sueña Bartra, sino que vaya hacia la lucha por la despriistización, la extirpación del gen priista, del quehacer social, político, económico y cultural en México.
La despriistización no está, ni de lejos, en los discursos, programas de lucha y proyectos de (des)gobierno de la clase política, sus partidos, sus sindicatos, sus medios de comunicación, sus socios en la clase empresarial y la jerarquía eclesiástica y las fuerzas armadas que la acompañan; está en las experiencias de rebeldía, resistencia y autonomía de los pueblos que no vemos ni escuchamos mientras estamos absortos en la lucha post-electoral. El futuro nos pisa la sombra, dice Lydia Cacho, «nuestras batallas siguen siendo las mismas: otros seis años para cambiar las reglas del futuro, para defender, bajo amenaza, a la prensa libre, para evitar los oprobios del poder, para cuidar nuestra integridad sin negociar nuestros principios, para proteger a nuestras familias de la violencia y la corrupción, para construir un país que deje de creer que las elecciones cambian nuestras vidas.»
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
fuente- rebelion.org
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