sábado, 21 de mayo de 2011

La educación en ética actual y su sentido político instrumental

Edith Gutiérrez Cruz[1]

En este trabajo se analizan algunos elementos de la función política de la educación en ética, ya que en la actualidad se observa un auge de discursos sobre educación en ética –orientados fundamentalmente hacia la ética ciudadana. Dicho auge nos lleva a pensar que la educación en ética cumple una misión política al procurar que los sujetos interioricen valores sociales tales como el respeto y la tolerancia para lograr la convivencia social pacífica y coadyuvar con ello en el desarrollo económico actual. En este sentido, la vieja divisa Orden y progreso adquiere nueva vigencia, pues la educación en ética se concibe como un medio para lograr el orden social y a través de tal orden –se dice- alcanzar el desarrollo y el progreso social. En ese sentido, la educación en ética es parte de la ideología[2], y promueve la adaptación de los sujetos a su entorno económico y político.

Asimismo, y gracias a su función política, muchos discursos de la educación en ética –bajo la perspectiva de la ética ciudadana- son cómplices con una forma de organización política-económica: el llamado neoliberalismo. La desigualdad generada por los modelos neoliberales de organización político-económica no es cuestionada radicalmente desde las perspectivas de educación en ética, sino que éstas buscan atenuar las contradicciones sociales, mas no resolverlas. Los problemas sociales, se dice, se dan a causa de la “falta de valores”, ocultándose con esta idea la brutal inequidad e injusticia que es la base de tales problemas. Es por eso que la ciudadanía planteada desde la educación en ética no significa un auténtico contrapeso para el neoliberalismo, sino que se constituye en elemento asociado e indispensable de éste.

La subordinación de las instituciones de enseñanza a los poderes desde la perspectiva de su desempeño, eficacia y rendimiento[3], cumple con la tarea de reproducir en la comprensión de los estudiantes la idea del mundo vigente. Como argumenta Illich[4] - a partir de la educación actual los sujetos aprenden los roles que les son asignados por la sociedad capitalista, “democrática” y liberal de hoy: el rol de trabajador-consumidor. Así, la educación formal entrena a los sujetos para que éstos sean consumidores, en primera instancia, de educación, bajo el argumento de que es mediante la educación que los sujetos podrán acceder a una mejor calidad de vida. Bajo tal argumento, los sujetos se convierten en consumidores cautivos de bienes y servicios educativos. Además, la educación se torna en un criterio central para la formación de comunidades así como para la marginación de los sujetos sin grados educativos[5].

Lo anterior guarda conformidad con la perspectiva de Hinkelammert para quien el modelo de desarrollo basado en el “capital humano” concibe a la educación como el lugar privilegiado para su producción, con lo que la educación es una inversión, un acumular tesoros diríamos desde la perspectiva de Delors[6], en función de la rentabilidad. Así, en este modelo de educación no hay lugar para perspectivas diferentes a las que aporten algo para la producción y desarrollo del “capital humano”[7].

Dado que la educación hoy pretende atenuar en el nivel del discurso las desigualdades -pero no resolverlas- y se halla subordinada a los poderes en la formación del sujeto trabajador-consumidor, requiere un discurso que brinde legitimidad al modelo de sujeto que promueve. Es ahí en donde entran los discursos sobre educación en ética, que se plantea como necesaria para la generación de capital humano con perspectiva ciudadana, ya que el “aprendizaje de la ética” se ha convertido en un plusvalor que se espera debe incluirse por la vía de la educación formal en el individuo “bien educado”. Así, la formación del trabajador-consumidor incluye un aspecto más, el del trabajador-consumidor-ciudadano. Se requiere que el sujeto funcional en la sociedad esté capacitado para ejercer alguna profesión u oficio, pero se necesita también que el sujeto asuma que el consumo es indispensable para su vida, con lo cual colabora doblemente con el modelo de producción: hay que producir, pero ello tiene sentido a través del consumo. De igual manera, la educación en ética actual busca que los sujetos asuman su rol como ciudadanos a través del ejercicio periódico del voto y de la práctica cotidiana de una serie de valores morales tales como la libertad, el respeto y la tolerancia. El modelo de ciudadano contemporáneo se asemeja al de consumidor, ya que el votante debe elegir de entre la oferta política aquél candidato que satisfaga sus expectativas a través de vastas campañas de marketing político.

Ahora bien, la educación en ética en la educación formal, sostiene prejuicios y creencias que se infunden y se refuerzan en los sujetos. Tales prejuicios son:

1. la creencia en que muchos de los males del mundo se deben a la falta de educación formal, y en particular a la falta de educación en ética;

2. la creencia en que la educación en ética debe ser sobre todo educación ciudadana, ética cívica y ética práctica;

3. la creencia en que los ciudadanos –como detentadores reales del poder- lo harán valer de manera efectiva –a través del sufragio- en la medida en que sean educados cívicamente; y

4. la creencia en que es solamente a través de la argumentación racional que se superan los conflictos;

Así, en términos generales, la educación en ética deja intocada la estructura económica y no cuestiona la posibilidad ni la viabilidad de la “democracia" formal representativa como la mejor forma de gobierno. El problema sobre cómo construir un mundo mejor no pasa necesariamente –para estos discursos- por el cuestionamiento y transformación radical de las condiciones económicas y sociales de opresión, con lo que su propuesta de mejora social se ubica entre las buenas intenciones moralizadoras y la complicidad con los poderes económicos y políticos fácticos.

El orden económico, desde el punto de vista del discurso neoliberal, se presume un orden puro y perfecto cuyos brazos militantes son –según Bourdieu- organismos internacionales tales como el Fondo Monetario Internacional, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico[8], de los que la UNESCO –por ejemplo- sería el correlato cultural, es decir, ideológico. Para Bourdieu el neoliberalismo, como perspectiva economicista e individualista, se ha constituido a sí mismo como utopía, paradójicamente en la era del supuesto fin de las utopías, fundada en la fe en el libre comercio y articulada como dictadura de lo económico. En palabras de Hinkelammert, el neoliberalismo es “…fundamentalismo de talibanes de la religión del mito del crecimiento infinito.[9]

En su carácter individualista, el neoliberalismo cuestiona todas las estructuras sociales que pudieran obstaculizar el mercado puro y perfecto, tales como el Estado[10], la nación, la familia[11], las asociaciones, las cooperativas, los sindicatos, etc. De ahí que el neoliberalismo es un programa de destrucción sistemática de los colectivos[12]. Por su parte pero en el mismo sentido, Beck plantea que hay que concebir la “individualización “en función del cambio de las condiciones de la vida y del modelo biográfico bajo las condiciones del mercado de trabajo desarrollado[13]. Se sigue de lo anterior que hay interacción entre el proceso progresivo de individuación, la disolución de colectivos y los procesos económicos tanto de producción como de intercambio. El modelo económico privilegia la acción individual lo cual genera un modelo de ser humano individualista que a su vez requiere del modelo idóneo de economía política para desplegarse.

En este sentido, ¿qué papel juega la educación en ética, como socializadora, en un entorno caracterizado por la disolución de los colectivos, por la atomización social? Probablemente la figura actual del ciudadano es la cristalización del individualismo neoliberal en la medida en que se constituye como individuo soberano –cuya expresión fundamental es el voto- sin que su referente colectivo inmediato (familia, clase social, compañeros de trabajo o de escuela, etc.) tenga necesariamente alguna relevancia en la emisión de su voto. Ello significa que actualmente la política no se hace colectivamente –como según Constant ocurría desde la libertad de los antiguos- sino que el ciudadano ejerce su libertad como individuo desde su independencia privada[14], separado de los grupos de los que forma parte.

Los ciudadanos en tanto que son individuos son elementos centrales del proyecto neoliberal, de ahí una de la razones del actual auge de los discursos de educación en ética desde la óptica de la ética ciudadana. En estos discursos se muestra, desde mi punto de vista, la apelación política a la ciudadanía, a la participación –fundamentalmente electoral- centrada en un individuo libre que con su sufragio aceita los mecanismos institucionales del Estado gracias a los cuales se desenvuelve, con toda libertad, el modelo de acumulación capitalista en su fase neoliberal, es decir, salvaje. Como se ve, hay en la educación en ética actual un severo olvido del ser humano, a pesar de su fachada humanista, en aras de hacerlo funcionar en la maquinaria capitalista en la que el aceite que mueve los engranes es la educación tal como se entiende por Delors y la UNESCO. Se concibe aquí una idea de ser humano hiperactivo y supertransformador del mundo y de sí mismo; así como limitadamente responsable en el sentido de la ciudadanía formal.

Existe un ethos de máximos en el sistema neoliberal, es decir, una moral que sí propone valores y actitudes que deben ser aceptados por todos los individuos para que sea posible el buen funcionamiento del sistema capitalista. Se busca una moral dominante, que es la moral del empresario y su afán de lucro, para que todo sea funcional tanto en lo político como en lo económico. Pero además el capitalismo neoliberal pretende reconocer la libertad política individual y para ello supuestamente concibe al ser humano como ciudadano con derechos peculiares[15]. Adicionalmente, la perspectiva neoliberal plantea que en el ámbito de la vida privada los individuos orienten su vida con el sistema moral que más les plazca, mientras no se entorpezca u obstruya el funcionamiento de la totalidad politico-económica capitalista. Estas tendencias alcanzan hoy en día plenitud en las sociedades actuales, pues en ellas se observa claramente el enorme crecimiento de la acumulación del capital junto con un neo-liberalismo político “democrático”, reivindicador de los ideales de la Modernidad encarnado en los Derechos Humanos y en la ciudadanía, que se extiende hacia la autonomía en la vida privada de los sujetos como el derecho a ser feliz, a gestionar la propia vida y el propio aprendizaje.

La finalidad de evitar el fracaso del sistema capitalista pasa por la búsqueda de dispositivos que atenúen las contradicciones sociales. Uno de esos dispositivos es –desde mi punto de vista-, además del sistema electoral, la educación, y de manera muy particular la llamada educación en ética, entendida como ética ciudadana. Esto se hace patente en diferentes documentos emanados de organismos internacionales como por ejemplo el documento del Foro Mundial sobre la Educación de Drakar[16], en donde se plantea que la educación debe proporcionar las competencias para desarrollar una cultura del derecho, la ciudadanía, la vida democrática, la paz y la no discriminación, y debe además formar valores cívicos y éticos[17]. Paradójicamente, tales principios morales que se intenta inculcar en los sujetos a través de la actual educación en ética, no cuestionan, en los hechos, a las actitudes necesarias para la economía y la política como la competencia y la acumulación fundadas en el afán de lucro, que son el fondo causa de muchos de los males sociales y morales que padecemos en la actualidad. De ahí que la actual educación en ética es fundamentalmente una vía –entre otras- para legitimar y hacer que siga funcionando el actual modelo económico-político, a través de la construcción del tipo de sujeto que necesita y que se caracteriza por la triada trabajador-consumidor-ciudadano.



[1] Edith Gutiérrez Cruz es Maestra en Filosofía por la UNAM y Doctora en Estudios Humanísticos por el Tec de Monterrey Campus Ciudad de México. Correo electrónico: amanecer2002@gmail.com

[2] Althusser 2004

[3] Lyotard, 1993. p. 107

[4] Illich, 2003

[5] Álvarez, 2000

[6] Delors, 1997

[7] Hinkelammert, 2003. p. 19

[8] Bourdieu, 1998. p. 112

[9] Hinkelammert, 2003. p. 17

[10] A diferencia de lo que plantea Bourdieu, John Saxe-Fernández llama la atención sobre la visión de James Petras en el sentido de que permanece el Estado-nación en el contexto neoliberal –a pesar de que se afirme lo contrario- pues es el instrumento político más importante para organizar la expansión global por medio de tratados comerciales, subsidios, etc. Se trata de un Estado muy activo que no es Estado de bienestar, sino que es el instrumento desde donde se ejercen los controles sociales, políticos y económicos que permitan el libre despliegue del capital global dentro de las naciones (Saxe-Fernández, 2003. p. 39-45).

[11] Ulrich Beck plantea, por ejemplo, que en la familia actual se opera una reconversión en donde ésta adquiere el carácter de comunidad negociada, temporal, se da como una alianza, peculiar y contradictoria, cuya finalidad es el intercambio emocional regulado hasta su revocación. De esta forma, el individuo

…se convierte en la unidad de reproducción vital de lo social. Se desintegra la familia, de modo que los individuos, fuera y dentro de la familia, se convierten en los sujetos de su subsistencia, mediada por el mercado, y de su organización y planificación biográficas [...] Presentan el doble aspecto contradictorio de ser condiciones individuales dependientes de las instituciones. Los individuos emancipados devienen dependientes en educación, en consumo. Todo ello remite a la estructura del control, dependiente de las instituciones, sobre las condiciones individuales. La individualización se convierte en la forma más avanzada de socialización dependiente del mercado, de las leyes, de la educación, etc. (Beck, 1998. p. 166 y 167)

[12] Bourdieu, 1998. p. 112

[13] Beck, 1998. p. 165

[14] Bobbio, 1996. p. 9

[15] Por ciudadanía podemos entender el “Derecho a participar en una contienda democrática sobre bases de equidad, o de incidir en la toma de decisiones que afectan a la comunidad a la cual se pertenece. Es una condición asociada a la democracia.” (Crespo, 2004. p. 117)

[16] UNESCO, 2000

[17] Monclús, 2004. p. 27

Bibliografía

1. ALTHUSSER, L. (2004) Los aparatos ideológicos del Estado, Siglo XXI Editores, México.

2. ÁLVAREZ Lozano, L. (2003) Un mundo sin educación, Editorial Dríada, México.

3. BECK, U. (1998) La sociedad del riesgo. Hacia una nueva Modernidad, Paidós, Básica # 89, Paidós, Barcelona.

4. BOBBIO, N. (1996) Liberalismo y democracia, FCE, Colección Breviarios #476, México.

5. BOURDIEU, P. (1998) “La esencia del neoliberalismo”, (en) Revista Colombiana de Educación, UPN-Plaza y Janés Eds. Colombia, no. 35, 2º. Semestre de 1997, Santa Fe de Bogotá. pp. 112-116

6. CRESPO, J. A. (2004) La democracia real explicada a niños y jóvenes, FCE, Colección Popular #310, México.

7. DELORS, J. (1997) La educación encierra un tesoro, Ediciones UNESCO, México.

8. HINKELAMMERT, F. (2003) “La universidad frente a la globalización” (en) Álvarez Lozano, Luis. Un mundo sin educación, Editorial Dríada, México.

9. ILLICH, I. (2003). “Ritualización del progreso”. En ÁLVAREZ LOZANO, L. (2003). Un mundo sin educación. México: Ed. Dríada.

10. LYOTARD, J. F. (1993) La condición posmoderna, Planeta-Agostini, Barcelona.

11. MONCLÚS Estrella, A. (2004) Educación y cruce de culturas, FCE, Colección Popular #649, México.

12. SAXE-FERNÁNDEZ, J. (2003) “Globalización, poder y educación pública” (en) Un mundo sin educación, Editorial Dríada, México.

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