Cuando ha llegado ese sujeto que quiere comprar lo sagrado, el
cínico que piensa que todo tiene precio, es necesario que en el otro
nazca la conciencia de lo sagrado, de lo que no tiene precio.
Fuente: Zapateando
El cuento debe llamarse Un indicio de explicación, está en el
magnífico libro Veintiún cuentos, de Graham Greene (1954), que en México
publicó el FCE. En uno de esos trenes de pasajeros que invitaban a la
conversación y la convivencia o al sueño, dos adultos platican. Un
creyente explica a un ateo su fe, contándole una historia vivida en su
infancia. Tiene un vecino que le intenta comprar una hostia consagrada,
lo más sagrado para un creyente católico, porque no cree que Cristo está
en ella en sentido figurado, sino real: por el misterio de la
transustanciación ese pedazo de pan es Dios.
Para un niño, un tren eléctrico es una maravilla muy grande, pero
algo en la conciencia le dice: “¿por qué el hombre quiere una hostia
consagrada y no una ordinaria?” La ansiedad del hombre se convierte en
el temor del niño, y en un atisbo de conciencia, y finalmente, en la
heroicidad de comerse la hostia para frustrar el sacrílego deseo del
hombre que la quiere comprar. Simonía le llaman al pecado de querer
comprar lo sagrado. Pero tratándose de la hostia consagrada, quizá el
pecado no tiene nombre.
Es la situación límite, la amenaza, el deseo del otro de arrebatarle
lo muy valioso, lo sagrado, lo que inicia en el niño del cuento la toma
de conciencia. Estos años han sido en México y en el mundo entero años
de asedio, de despojo, de profanación de todo lo sagrado, como vienen
siendo, según Marx, los años, desde que existe el capitalismo. El
marxismo puede leerse en clave cristiana, no es descabellado, y en ese
sentido decir que “todo lo sólido se desvanece en el aire” y que nada es
sagrado para el capitalismo es no una mera descripción de hechos fría y
fenomenológica, es una denuncia.
Cuando ha llegado ese sujeto que quiere comprar lo sagrado, el cínico
que piensa que todo tiene precio, es necesario que en el otro nazca la
conciencia de lo sagrado, de lo que no tiene precio. Y no solamente de
lo que no tiene precio, sino lo que exige nuestro sentido de heroicidad:
salvar lo sagrado tragándolo, asimilándolo, asimilándonos a él, para
defenderlo, para militar por su causa.
Como Simone Weil pensamos que lo sagrado puede atisbarse en lo que
dentro de cada victima dice: “¿por qué me hacen esto?” Está en cada ser
humano, es la parte que espera recibir bien y no mal, y por ello, cuando
recibe mal, daño, agresión, es traicionada por su prójimo (que
precisamente se niega a ser prójimo: toda violencia entonces implica una
discriminación de la víctima, mayor cuando más daño se le hace).
Se critica mucho que algunos activistas en México comenzaron a
marchar, a protestar, a hablar en la plaza, solamente cuando les mataron
a un hijo, a una hija, a un padre, una hermana, una madre, un hermano,
un esposo o esposa. Pero la crítica debiera ser para la parte del país
que no ha despertado de su sueño dogmático, pues nos han asesinado a 60 o
70 mil hermanos, y nos han desaparecido a otros cientos o miles, y
nuestras voces no son tantas. A pesar de que han salido muchos a las
calles, muchos otros han dudado, se han quedado quietos o incluso han
intentado encontrarle justificación al crimen.
Los criticables no son esos y esas que han salido a buscar justicia
para sus hijas e hijos, sino los que faltan de alzar la voz.
Curiosamente, en el cuento, el regalo maldito que le ofrecen al niño es
un tren eléctrico, como es en un tren en donde el cuento es contado. No
podía haber mejor figura del “desarrollo”, uno de los oscuros nombres
del dios dinero al cual le son sacrificados los hijos e hijas de los
pueblos. Así como el cuento narra el rechazo de un juguete que simboliza
el progreso y el desarrollo, algo hay que rechazar para poder evitar la
destrucción de lo sagrado: las vidas humanas de esos miles que no
debieron morir así, en la violencia de la guerra, del homicidio y el
feminicidio.
Supervías, trenes bala, presas, minas o vacas y cerdos criados
masivamente, eso ofrecen a cambio de ensuciar el agua y el aire, de
enfermar la tierra, de entristecer al cielo y de sacrificar a los
pobres, en las guarderías, en las minas y en los trenes llenos de
migrantes.
Rechacemos el tren, atrevámonos a amar lo sagrado, militemos por
ello. Seamos ateos pero ante lo que el tren y su valor monetario
representan. Nada vale un dios hecho con las manos de los hombres, que
los necesita siempre en forma de trabajo esclavo para tener el carbón,
el petróleo o la electricidad que lo alimentan. Es un falso dios. Lo que
quieren comprar a cambio, la vida de cada ser humano, eso sí es
sagrado. Es el mismo principio el que nos lleva a oponernos a los
ecocidios, a los genocidios, a las guerras, el que abordó Graham Green
en más de uno de sus cuentos.
fuente- kaos en la red Mexico
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